

Me sentía desesperada porque no podía lograr que las personas que amaba dejaran de beber demasiado
«Las acciones recíprocas de Allyson con su padre le provocaron un sentimiento de vergüenza y de no ser lo suficientemente buena. Esa fue la primera lesión.
La segunda fue que en una familia alcohólica no tenía donde ir con esos sentimientos, ni ninguna fuente de consuelo ni calma, ni ninguna persona con quien procesar su tristeza y confusión».
Haciendo las paces con el pasado y el presente Stephanie L., Illinois
El caos era el estado normal en el hogar de mi infancia. La conversación consistía en todo el mundo hablando a la vez sin que nadie escuchara. Ninguno de nosotros asumió la responsabilidad de nuestro comportamiento. El secreto y la negación no sólo se estimulaban,
sino que se exigían. Nos invadía la infelicidad y la frustración, y nos sentíamos
en aislamiento y soledad.
Cuando empecé a recibir terapia, a los treinta años de edad, una de las primeras sugerencias de mi terapeuta fue que asistiera por lo menos a una reunión de Al-Anon a la semana.
Me gustaría poder decir que al llegar allí me sentí como en casa, pero simplemente hacía acto de presencia en esas primeras reuniones, paralizada por la pena y el temor. Me sentía desesperada porque no podía lograr que las personas que amaba dejaran de beber demasiado.
Quería aprender a detenerlas.
Un amigo en Al-Anon me dijo: «Beber es lo que hacen los alcohólicos. Es una enfermedad. Ninguna persona se despierta un día y decide ser alcohólica».
Los demás me aseguraron: «Todo va a mejorar. Siga viniendo». Para mi asombro, mi forma de ver las cosas empezó a cambiar, y en efecto todo mejoró.
Cuando dejé de tratar de controlar a los demás, empecé a aprender a controlarme.
Soy responsable sólo de mi comportamiento.
Al comprender mejor a los miembros de mi familia que son alcohólicos y al dejar de batallar con ellos, todos encontramos espacio para el verdadero amor.